Sentado detrás del escritorio del Salón Oval, con su colega mexicano al teléfono, Donald Trump anunció que Estados Unidos y México llegaron a un acuerdo que pondría fin al Tratado del Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés), que era considerado un “desastre” por el jefe de la Casa Banca. Será reemplazado por un pacto más favorable para Washington y podría sumarse Canadá más adelante.
El NAFTA había eliminado casi todas las barreras comerciales entre los suscriptores.
Desde su entrada en vigor, en 1994, multiplicó por cuatro, hasta 1,1 billones de dólares anuales, el comercio de los tres países, que suman 450 millones de habitantes.
Ya desde la campaña, Trump había dicho que era perjudicial para los trabajadores estadounidenses porque había alentado a las fábricas y productores de EE.UU. a que se trasladaran hacia México para explotar la mano de obra mexicana barata y las regulaciones más laxas sobre medioambiente.
Siempre dijo que iba a derogarlo cuando llegara al poder porque era “un desastre” y “el peor acuerdo de la historia”.
Por eso Trump se preocupó por resaltar que le gustaría desembarazarse hasta de la sigla por el cual se lo conoce. “Nos vamos a librar de ese nombre [Nafta]”, dijo el presidente. “Lo vamos a llamar el Acuerdo Comercial Estados Unidos-México”, dijo.
Más allá de la típica grandilocuencia presidencial, es claro que la renegociación del pacto representa un enorme cambio en la política comercial estadounidense de las últimas décadas.